domingo, 29 de abril de 2007
Celebraciones para sacrificar.
Los aztecas celebraban una ceremonia horripilante en honor de Huehuetéotl, Dios el fuego. Los prisioneros de guerra y sus aprehensores tomaban parte en una danza en honor a dios y al día siguiente los cautivos ascendían a lo alto de la plataforma donde se les arrojaba yaubtli (iztafiate) en la cara, polvo que los anestesiaba para que no se dieran cuanta de su terrible destino. Después de preparar un gran fuego , cada sacerdote se apoderaba de un cautivo y atándole manos y pies, se lo colocaba en la espalda. Alrededor de las brazas se celebraba una danza macabra y uno por uno iban arrojando su carga a las llamas. Antes que la muerte interviniera, los sacerdotes enganchaban al cautivo con grandes garfios y arrancaban el corazón de los cuerpos ampollados.
Un año antes de su ejecución se escogía al prisionero de guerra más hermoso y valiente. Los sacerdotes le enseñaban modales y mientras se paseaba tocando melodías divinas. Después decía el último adiós al brillante cortejo y entraba a un pequeño templo acompañado de ocho sacerdotes que lo habían atendido todo el año. Los sacerdotes subían primero las gradas del templo y él los seguía. En el alto de a plataforma los sacerdotes lo tendían en la piedra de los sacrificios y le arrancaban el corazón. En consideración a su calidad divina anterior, su cuerpo era conducido, no arrojado por la escalera; pero su cabeza iba a reunirse con los otros cráneos ensartados junto al templo.
Los aztecas no alcansarón este nivel espiritual, pero el símbolo de sus sacrificios tiene, sin embargo, su propia belleza. Pensaban que para que el hombre sobreviviera, los dioses que permitían su existencia debían su mejor alimentación de las preciosas de las ofrendas, los corazones del hombres.
Los dioses demostraban a a los aztecas su favor y su fuerza, permitiéndoles prosperar; pero los aztecas, por su parte, tenían que sacrificar corazones a los dioses para conservar su buena voluntad.
Fotografía: Historia de iberoamerica. Tomo 1
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